domingo, 27 de marzo de 2011

¿Hacia una economía sostenible?

Hay tres perspectivas diferentes sobre las que debería diseñarse un modelo de economía sostenible: la económica convencional, la ecológica y la socio-reproductiva. Las tres son relevantes en el marco de la crisis actual.

La económica tiene que ver con la dificultad de mantener dinámicamente un marco de estabilidad económica que garantice un nivel de bienestar aceptable al conjunto de la sociedad. Un problema que afecta al conjunto de la economía mundial, como ha puesto de manifiesto la crisis actual: las tensiones derivadas de las enormes desigualdades entre territorios y clases sociales, agravados por el desestabilizador papel que juegan los actuales mercados financieros son, en sí mismos, causas de inestabilidad persistente y exigen cambios básicos en las regulaciones a escala global.

Pero estos problemas tienen también especificidades nacionales. En el caso español destacan a este nivel el sistemático desequilibrio de la balanza comercial, reflejo de la inadecuación entre la estructura de consumo y producción. De forma más reciente destaca asimismo el desequilibrio presupuestario reflejo a su vez de la tensión existente entre las demandas sociales y la provisión de fondos públicos. Una cuestión que es el resultado de una muy débil distribución social de la renta y de la insuficiencia de mecanismos redistributivos adecuados. Hacer más sostenible el modelo productivo español pasa sin duda por provocar cambios sustanciales en ambos campos: el de la modificación de las estructuras de producción/consumo y el de la distribución/redistribución de la renta.

La insostenibilidad ambiental de nuestra economía es patente y no se reduce a los problemas del consumo energético y el cambio climático, aunque éstos pueden ser especialmente agudos dada la situación geográfica de la península ibérica.

La degradación del entorno natural y el elevado consumo de materiales son correlativos al modelo de desarrollo urbanístico espacial que ha sido el motor del crecimiento económico reciente. Sin perder de vista la importancia de problemas que de forma más local muestran la insostenibilidad del modelo, como es el caso de la elevada contaminación de suelo agrícola por purines o la misma muerte anunciada de las Tablas de Daimiel por el consumo abusivo del agua para producir maíz. O el creciente problema de la generación de residuos en el mundo urbano.

Hay un nivel general insostenible de presión sobre los recursos naturales y el espacio y cambiar el modelo no requiere sólo de cambios en el tipo de energía a utilizar sino de una transformación profunda de todos los procesos de producción y consumo.

La sostenibilidad social atañe a la necesidad de garantizar un nivel adecuado de atenciones y cuidados a todas las personas, de garantizar a todo el mundo niveles de bienestar y participación social, de cobertura de las necesidades básicas.

Algo que requiere que todas las personas reciban el nivel de atenciones adecuadas a su situación y que al mismo tiempo no haya personas cuya carga de trabajo sea tan excesiva que les coarte su participación social. El modelo familiar que ha garantizado en gran medida la cobertura del primer objetivo se ha basado en privar a las mayoría de mujeres del segundo. Por eso la crisis de los cuidados se ha manifestado cuando ha tenido lugar un aumento sustancial de las mujeres en el mundo del trabajo mercantil.

Tampoco la solución mercantil, caracterizada por la externalización de las tareas de cuidados hacia mujeres de bajos recursos, resuelve la cuestión. Tanto porque reproduce un nuevo sector que va a ser prácticamente excluido de partes de la vida social como porque dada la distribución de la renta existente sigue siendo una solución inabordable para amplios sectores sociales. La crisis de los cuidados sólo puede saldarse con una reorganización social profunda, con cambios significativos en la articulación de los espacios mercantil/público/privado y en las relaciones de género.

Este breve esbozo tiene por objeto recordar algo simple: el cambio a una economía sostenible es un cambio profundo que entraña muchas esferas de la vida social, que toca muchos intereses creados, que posiblemente exige un cambio radical de sistema social y que como mínimo exige, en un primer plano, una serie de reformas básicas que se orienten en esta dirección.

Dada la importancia del desafío, un programa mínimo de reformas hubiera exigido abrir un debate social sereno y documentado antes de adoptar alegremente un plan de intervención. La insustancial propuesta del Gobierno, tanto en el contenido como en la forma que se ha gestado, es muestra de una inutilidad congénita de los políticos y tecnócratas actuales para articular con un mínimo de seriedad propuestas reales de transformación económica y social.

Ni la crisis económica, ni la ambiental, ni mucho menos la social, han minado a fondo la hegemonía neoliberal. Los poderes económicos que la sustentan son fuertes y tienen muchos mecanismos de articulación. En la producción cultural y en el campo económico esta ideología se encuentra institucionalmente consolidada.

Los propios defensores de un modelo social sostenible somos pocos y fraternalmente divididos. La construcción de un modelo alternativo, de una visión global y también de propuestas de acción concretas requiere de marcos de encuentro y acción que hoy no existen ni parece que nadie esté interesado en desarrollar. Por ello la crítica al proyecto del Gobierno es, en parte, un lamento por la propia impotencia. O mejor una llamada a aquellas fuerzas que podrían impulsar algún proceso, para pedirles que de una vez por todas realicen alguna iniciativa que permita convertir la crítica a gobierno de turno en alguna referencia político-cultural con la que generar algún proceso real de cambio del modelo socio-económico presente.

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